El trabajo soñado

Corría el año 2022. Era el primer año de haber llegado por segunda vez a quedarme en este país. Cuando uno llega aquí, el primer año resulta relativamente fácil; la cosa se complica mucho más luego del segundo, el tercero y de allí en adelante. Dicen que después de cinco años uno ve la luz… veremos a ver. Por cosas de la vida, Dios manda gente a tu vida que está dispuesta a ayudar. Para ese momento, estaba sin carro; ya había pagado la novatada que muchos pagamos al adquirir un vehículo en este país. Aquí, quien diga que hizo un buen negocio al comprar un vehículo, está loco. Por alguna u otra razón, sales trasquilado, ya sea por los altos intereses, el costo o porque el carro tiene daños ocultos. Pero no queda opción un vehículo, al menos por aquí, es una herramienta de trabajo, no un lujo.
Sin carro y en el limbo laboral, apareció un alma y dijo: “yo te voy a ayudar para que entres en el laboratorio”; yo trabajé la primera temporada y te puedo ayudar. Eso es normal que te lo digan, pero por lo general es pura paja, ya no creía en nada ni nadie. Increíblemente, así fue y luego de dos semanas me llamaron. Me dijeron que tenía que ir a un sitio y no pude. Sin carro y con el dinero perfectamente calculado, no podía arriesgar un Uber, resultaba muy costoso. Por cuestiones de la vida, al día siguiente me llamó la reclutadora y me increpó por no haber ido a llenar los papeles. Que te llamen aquí es un milagro. Le expliqué la situación y me dijo: “mañana a la 1:00 pm tienes que estar en tal sitio; allí habrá autobuses que te llevarán a la planta”. Ahora tenía 24 horas para conseguir cómo llegar al laboratorio, que estaba a unos 45 minutos al norte de Illinois. Ahora tenía trabajo, pero ni idea de cómo llegar. Luego de buscar por aquí y por allá a gente que vivía en el complejo, finalmente apareció un venezolano que casualmente también comenzaba el mismo día. Listo…
El trabajo
Este trabajo era el trabajo soñado que cualquiera al llegar a este país soñaría con tener. En el área de Chicago no había nada similar y dudo que en otra parte de USA, al menos para inmigrantes. Era Abbott, un gigante farmacéutico. Allí se elaboraban kits de COVID, $24 la hora, nada mal considerando el salario en otros sitios. Esto, por supuesto, solo lo puede hacer un gigante farmacéutico en plena pandemia. Allí fue cuando comenzó a tener sentido eso que dicen de las grandes farmacéuticas con la diseminación de virus y enfermedades. Definitivamente, viendo lo monstruoso de la producción y la cantidad de dinero se producía diariamente, uno comienza a darle sentido ese tipo de teorías. Era el trabajo soñado. ¿Mi turno? de 3 pm a 11 pm, era una mantequilla: dos horas sentado y una parado.
Lo que hacíamos
El trabajo era de destreza manual, rapidez, precisión y cuidado. Al principio no daba pie con bola. La meta era 500 kits por hora. La primera vez recuerdo que no llegué ni a 200. Momentos de mucho estrés. Los números se marcaban en una pantalla digital y todo el mundo sabía cuánto llevabas. Los líderes de zona dando vueltas, difícil como todo al principio. Pero luego de tanta repetición, una y otra vez, hora tras hora, la cosa sale sola por reflejo; lo haces con los ojos cerrados y la memoria muscular hace el resto. Soñabas en la noche y aparecían cintas reactivas en los zapatos, dentro de la camisa cuando te bañabas. A los pocos meses todos éramos magos. Al final de la temporada se veían fácilmente 600, pero había muchos casos de 700, 750. Más de eso, honestamente, lo pongo en duda. Hubo alguna que otra oportunidad de 1000, pero repito, me cuesta creerlo.
Todo esto se desarrollaba en un edificio industrial a las afueras, a unos 55 minutos de Chicago. Dentro había unos seis o siete galpones, todo perfectamente iluminado. El piso epóxico brillaba. A una temperatura y humedad perfectamente monitoreada. Todo por dentro era inmaculado, destellaba. En cada uno de esos galpones entraban y salían tres turnos de ocho horas cada uno, 24x7x365 días. Cada HUB, así los llamaban, tenía una capacidad de unas 180 personas. Cada uno con unas cinco zonas, diez líneas y tres operadores por línea.
Todo perfectamente orquestado. Para poder entrar al HUB, era obligatorio usar tapaboca, bata de laboratorio y un gorro de color. Dependiendo del rango, el gorro cambiaba de color: blanco para operadores, rojo para líderes, amarillo para ayudantes.
Conflicto de interés
Todos los días chequeaba tal cual estadista la tendencia de la pandemia. “Esto sigue para rato”, decían algunos. La cosa llegó a tal punto y la contratación fue tal que hubo un momento donde Abbott tuvo que contratar el estacionamiento en un mall aledaño a unos diez minutos de la fábrica para que estacionaran los carros; el de Abbott ya no se daba abasto, nos pagaban $10 ida y $10 vuelta. Sí, correcto, así como se escucha, Abbott nos pagaba por montarnos en el autobús, $20.
Las rumbas…
Al principio nadie se conocía, pero al mes todo el mundo se conocía: México, Colombia, Venezuela, pero lo que más se escuchaba en esos pasillos era Puerto Ordaz. Era increíble la cantidad de gente de Guayana. Los últimos meses lo que se escuchaba era música mexicana, de la India, pero definitivamente lo que se escuchaba mas era Guaco, Juan Luis Guerra, música llanera, y de vez en cuando “mi persiana americana”. Eso definitivamente era una rumba de ocho horas. Hubo momentos en que la gente bailaba salsa y merengue. Definitivamente, una locura. La gente cantando al unísono las canciones. De repente sonaba en el megáfono “SIX HUNDRED”, alguien logró la meta. Yo creo que la mayoría no nos dábamos cuenta de lo afortunados que éramos. En la cafetería la gente vendía empanadas, patacones, en diciembre hallacas, pan de jamón, etc.
Tiempo Extra
Recuerdo que al principio de esa temporada Abbott increíblemente nos pagó el overtime (tiempo extra) a $46 por hora. Eso, para alguien recién llegado, era una paga que nunca más muchos volveríamos a ver. Luego de las 40 horas se transformaba en el doble. Eso duró poco hasta que el overtime se fijó en 1.5 veces, algo así como $32; aún así, eso es un lujo.
Código Interno
Esto, desde el punto de vista sociológico, adentro era una especie de penitenciario. Un Tocorón, grupos por aquí, grupos por allá. Los venezolanos por aquí, los colombianos por allá. Luego juntos… muy dinámico. Cada uno con sus mañas al trabajar, con los breaks para el baño, la línea que no podia parar. Y por supuesto, mucho drama… Días que parecía una novela…
La caída
Ya al final de la temporada, para finales de diciembre 2022 comienzos del 2023, era obvio que los índices de infecciones comenzaron a bajar. La tendencia a la baja era irreversible. Los números no mentían, ya el COVID no representaba una amenaza. La sociedad había le había perdido el respeto al COVID, era solo una gripe. Muchos soñaban con otra variante para que se mantuvieran las ventas. Pero que va. Ya el negocio no era viable.
Por esos días de diciembre nos dieron unas vacaciones por dos semanas pagas. Relajados… comenzamos nuevamente en enero, pero sin imaginarnos que era para recoger lo que quedó. Nos volvieron a dar dos semanas pagas con la promesa de que regresaríamos con otro proyecto. Ingenuos muchos de nosotros. La empresa, muy hábilmente para evitar los problemas de orden público como sucedió en la primera temporada, nos dio dos semanas más pagas. El último día nos dijimos “nos vemos el lunes”, pero allí quedó todo, nunca más nos vimos. Aún recuerdo cuando recibí el mensaje de texto una mañana: “su asignación en Abbott ha terminado”. Quedé dos días tendido en la cama intentando entender cómo esta mantequilla se había para siempre. ¿Y ahora qué voy a hacer?